Introducción
a Venezuela: investigación de unos medios por encima
de toda sospecha
Venezuela inaugura el tercer milenio bajo una amenaza cierta. Los
partidos que abandonaron a las masas son abandonados por ellas.
Los grandes capitales apuestan a la solución final de la
antipolítica. Partidos y dirigencias son abolidos a favor
del totalitarismo de un gremio de patronos sindicalizados y otro
de sindicalistas patronales, que intentan confiscar el Estado por
la fuerza bruta, legitimados o más bien dirigidos por una
fracción de los medios que actúa como partido político,
designa o destituye a los líderes de la oposición
y les dicta estrategias y programas.
Uno de los artículos de fe de la postmodernidad reza que
los medios de producción ceden el paso a los medios de reproducción:
a artilugios que simplemente replican simulacros de lo real. Inevitablemente
los medios privados tienden a proponernos estos simulacros como
única realidad. La televisión atiende todos los males
mediante cosméticos y terapias alternativas; la pantalla
chica dispensa jurisdicción mediante un juez de paz telegénico;
las antenas ya no sólo indican por cuál político
votar: producen sus propios políticos independientes de toda
consulta electoral, salidos de la farándula, los reinados
de belleza, la conducción de programas de opinión.
Este modelo opera en dos instancias. Frente al público, tergiversa
la información haciendo pasar suposiciones, opiniones o deseos
por noticias, omite hechos y suplanta a los actores y poderes políticos
clausurando de hecho la democracia al pretender legislar, juzgar,
deponer y constituir gobiernos y administrar la República
mediante titulares o cuñas.
Pero el modelo de confiscación de lo político por
algunos propietarios de los medios opera también en el interior
de las redes. Sus primeras víctimas son los mismos comunicadores,
a quienes ciertos propietarios proscriben, censuran o cesantean
cuando desacatan la línea impuesta. Se desencadena así
una purga ideológica que en los primeros meses del año
2003 integra una lista negra de casi medio millar de comunicadores,
columnistas y artistas despedidos o vetados. Una fracción
de dueños de los medios prohíbe toda disidencia y
clausura de hecho la libertad de expresión y creación.
Con esta doble táctica opera un aparato mediático
que auspicia y apoya la disolución de los poderes públicos
constitucionales, la destitución de todos los funcionarios
electos, el sabotaje y la privatización de la principal industria
de Venezuela, el desconocimiento de voluntad soberana expresada
en el sufragio, el odio étnico y la guerra civil, e instaura
la censura. Como bien apunta Augusto Hernández «Esta
ley mordaza se le impuso al país el 12 de abril del 2002.
Los medios privados no la protestaron, ni antes, ni durante, ni
después. Más bien aplaudieron.» («Una
buena Ley mordaza»; Últimas Noticias, 1-6-03, p. 31).
De tal manera pretenden algunos inversionistas –muchos de
ellos por cierto extranjeros– que comprar un medio es adquirir
un actor político, y que poseer el actor es confiscar lo
político con miras a la incautación de las reservas
de hidrocarburos más grandes del planeta a favor de una potencia
hegemónica foránea. Para ejemplo del mundo, a los
venezolanos nos ha correspondido mostrar que su poder tiene un límite
en la voluntad soberana.
Como regla de esta investigación pionera, privilegio la cita
textual, el señalamiento de las fuentes y los testimonios
de opositores abiertos, que hablan por sí mismos. Si la lengua
es el castigo del cuerpo, las comillas son el de la palabra escrita
y la imagen grabada. Como método, adopto la confrontación
de unos mensajes con otros, de unos medios con otros, de los titulares
con el cuerpo de la noticia, de lo que se denota con lo que se connota.
No pretendo haber sido exhaustivo. Apenas abro un campo de indagación
inagotable y urgente para las confrontaciones que se avecinan.
Dedico este trabajo a los comunicadores y a los propietarios de
medios que, respetando las normas constitucionales y los principios
éticos de la profesión, mantienen un difícil
equilibrio en situaciones turbulentas y respetan el derecho de su
público a una información veraz, imparcial y oportuna.
De su exigente tarea cito abundantes ejemplos en las páginas
que siguen. Lo dedico también a quienes por mantenerse fieles
a su conciencia y a su deber han sido vetados o excluidos, sin que
en su defensa se hayan movido hasta el presente gremios ni organizaciones
supuestamente defensoras de la libertad de expresión o de
los Derechos Humanos. Su escogencia los honra.
En Venezuela, a los intelectuales o los vetan, o se vetan. Cada
vez somos más quienes ni nos vetamos ni dejamos que nos veten.
Después de todo, a nadie le interesa participar como colaborador
o público de unos medios unánimes.
Luis Britto García.
|