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Los discursos que han construido a la Amazonía
tienen, respecto del resto de los de América Latina, la especificidad
de lo fluvial. Son discursos muchas veces conducidos por la navegación,
como en el caso de los descubridores, o el agua aparece como instancia
previa y se intercala en ellos, como en el de los exploradores científicos.
Son textualidades que reposan sobre el decurso, que se despliegan
en una maraña de furos, igarapés, lagunas, tributarios,
cachuelas, pongos, en una geografía de aguas que cuando no
lo invade todo se hace presentir en su cercanía, en su permanencia,
en su ritmo. Son los discursos de una nación de aguas. Nación
en el sentido figurado de un área cultural formada por ocho
países que tienen referentes comunes, con centro en el río
y en la selva. Que despliegan una común relación de
intensidad con la naturaleza y el medioambiente, que participan
de una comunidad del imaginario que sólo cambia las denominaciones
y así, la figura que en un extremo del río se llama
curupira, en el piedemonte andino, en la región de su nacimiento,
toma del nombre de chullachaqui. Con una imagen a veces protectora,
a veces hostil, ambos son temidos por defender la selva de quienes
la invaden, por la malicia de su trato, por su figura de pie defectuoso
o con los pies al revés. Ambos son figuraciones de un mismo
perfil: la milenaria resistencia de la naturaleza a la injerencia
del hombre.
Los latinoamericanistas hemos desarrollado nuestra labor en direcciones
diferentes a lo largo del siglo XX, en que los estudios sobre la
zona cultural latinoamericana adquirieron su perfil y fueron definiendo
su objeto. Durante la segunda mitad de este período y fundamentalmente
a partir de los años setenta, se comenzó con lentitud
a trabajar en base a la percepción de la diversidad del continente,
centrada en algunas áreas que pluralizan su perfil internamente,
por una parte en matrices culturales distintas, por otra en función
de la evolución histórica de éstas.
Es así como se ha observado el área andina y mesoamericana,
se ha delineado el área sudatlántica, en los últimos
decenios se ha avanzado en el conocimiento del área Caribe
y se comienza a incorporar al conjunto latinoamericano el espacio
cultural brasileño. El proceso de dislocación territorial
que se vivió a fines del siglo XX generó esta nueva
área de estudio que conocemos ubicada fuera del continente
en relación a lo que se ha llamado “los latinos”
(chicanos, nuyorricans, dominicanos, etc). El espacio amazónico,
no obstante, prácticamente no ha sido considerado en los
estudios de la cultura latinoamericana. Se trata de un espacio que
ha sido visto como el más alejado del desarrollo a pesar
de que fue uno de los primeros en donde llegó la modernización
en América Latina, durante el período del caucho,
y hoy es un centro de investigación científica y tecnológica
de punta en cuanto a biodiversidad, recursos hídricos, industria
farmacéutica y otros. Nos parece además un área
fundamental en las perspectivas de futuro no sólo en América
Latina, sino de la humanidad, por cuanto es un reservorio de la
mayor biodiversidad del planeta y de recursos minerales centrales
para el desarrollo energético, así como de recursos
hídricos que, tal como se percibe la situación hoy,
serán la posibilidad de sobrevida en el futuro.
Pero, además, la Amazonía pone en evidencia formas
de miscigenación cultural que no tienen parangón en
el continente, así como diversidad de formas de vida humana
y de relación con la naturaleza que nos permiten situar polos
de referencia en la visualización de un mundo en donde se
pueda resituar al hombre en una relación de equilibrio con
la naturaleza, en el centro de la acción humana. Si la civilización,
como ha sido concebida, ha sido construida en oposición a
la naturaleza (Laville y Leenhardt, 1996) y hemos llegado a un punto
en que peligran las generaciones futuras, el universo amazónico,
por sus especiales rasgos de perfilamiento, nos permiten pensar
que la llamada “civilización” necesita construirse
de otro modo y, por lo menos, en la integración con la naturaleza.
Son todas estas interlocuciones del hombre con el mundo, en la relación
que expresan los imaginarios, en los lenguajes en que nos habla
el mundo simbólico los que entregan a esta área cultural
una configuración especial, con rasgos bastante propios dentro
del conjunto latinoamericano.
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