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Pedro Lemebel. En su mejor momento. El
amargo, relamido y brillante frenesí |
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Carlos Monsiváis |
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Pedro Lemebel es un fenómeno de la literatura latinoamericana de
este tiempo. Uso el término fenómeno en su doble acepción:
es un escritor original y un prosista notable y, para sus lectores, es
un freak, alguien que llama la atención desde el aspecto y rechaza
la normalización ofrecida. Un escritor y un freak indisolublemente
unidos, los que están fuera, en la desolación y la energía
de los que sólo se integran a su modo, en los márgenes que
ya no tienen el peso arrasador de antaño. (Si algo, la obra de
Lemebel es un rechazo del determinismo homófobo). A Lemebel le
ponen sitio las miradas (las lecturas) de la admiración, el morbo,
el regocijo de "los turistas de lo inconveniente", la extrañeza,
la solidaridad, la normalidad de los que están al tanto de la globalización
cultural, esa que para los gays se inició dramáticamente
con los juicios de Oscar Wilde en 1895 y jubilosa y organizativamente
con la revuelta de Stonewall en 1969.
Desde que se dio a conocer dentro y fuera de Chile con sus textos y las
performances de las Yeguas del Apocalipsis, Lemebel se
ha mostrado irreductible. ¿Qué le pueden argumentar de nuevo,
qué le pueden decir que él no se haya dicho? ¿Cómo
sorprender al que ha examinado con metáforas y "descaro"
a una sociedad que sólo admitió la diversidad al sometérsele
a la peor uniformidad? Al incapaz de engaño no se le vence con
injurias y menos aún con expulsiones del Sancta Sanctorum de la
decencia, que para Lemebel nada más es una institución patética
del autoengaño. Muy probablemente diría: si creen que despreciando
a los diferentes mejoran sus vidas, muy su gusto, si creen que marginando
a los que no son como ustedes se incluyen en la primera fila, muy su ilusión.
Él responde a los criterios estéticos y los comportamientos
legales y legítimos de las minorías latinoamericanas emergentes
que al ejercer sus derechos (civiles, humanos, sexuales) revisan de paso
las prácticas y el sentido de la opresión y van a fondo:
sólo secundariamente se les reprime por ser distintos; en primerísimo
lugar se les acosa, maltrata, humilla e incluso asesina para que los verdugos
conozcan la triste fábula de su importancia. (La crónica
de Lemebel, sobre el incendio criminal de la discoteca en Valparaíso
es excelente.)
Nuevos criterios estéticos...
Pienso ahora entre otros en el argentino Néstor Perlongher, el
mexicano Joaquín Hurtado y, un tanto más a distancia, los
cubanos Severo Sarduy y Reinaldo Arenas y el argentino Manuel Puig. Se
trata de una literatura de la ira reinvidicatoria (Perlongher, Arenas,
Hurtado), de la experimentación radical (Sarduy), de la incorporación
festiva y victoriosa de la sensibilidad proscrita (Puig). En todos ellos
lo gay no es la identidad artística, sino la actitud que al abordar
con valor, insistencia y calidad un tema se deja ver como el movimiento
de las conciencias que por valores compartidos y acumulación de
obras dibuja una tendencia cultural. No hay literatura gay, sino una sensibilidad
proscrita que ha de persistir mientras continúe la homofobia, y
estos autores al asumir con talento y vehemencia sus voces únicas,
le añaden una dimensión cultural y social a la América
Latina.
Un poeta muy apreciado por Lemebel, Néstor Perlongher, describe
el gueto:
Novedades de noche: satín terciopelo, modelando con flecos la
moldura del anca, flatulencia de flujo, oscuro brillo. Resplandor respingado,
caracoles de nylon que le esmaltaban de lamé el flaco de las orlas...
Perdida en burlas, de macramé, lo que pendía en esas naderías,
ruleros colibrí, lábil orzuelo, era el revuelvo de un codazo
artero, en las calcomanías del satín, comido (masticación
de flutes, de bollidos) . En Poemas completos, Seix Barral, 1997.
Estas mismas atmósferas lezamianas, transmitidas por Lemebel,
son algo similar y muy opuesto. En Lemebel la intencionalidad barroca
es menos drástica, menos enamorada de sus propios laberintos, igualmente
vitriólica y compleja, igualmente abominadora del vacío,
pero menos centrada en el deslumbramiento del vocabulario que en la forma
exhaustiva. Así, Lemebel describe la intromisión del gueto
en la ciudad, las reverberaciones de lo prohibido en lo permitido exactamente
en momento en que los absolutos se desintegran:
"La calle sudaca y sus relumbres derribistas de neón neoyorquino
se hermanan en la fiebre homoerótica que en su zigzagueo voluptuoso
replantea el destino de su continuo güeviar. La maricada gitanea
la vereda y deviene gesto, deviene beso, deviene ave, aletear de pestaña,
ojeada nerviosa por el causeo de cuerpos masculinos, expuestos, marmoleados
por la rigidez del sexo en la mezclilla que contiene sus presas. La ciudad,
si no existe, la inventa el bambolear homosexuado que en el flirteo del
amor erecto amapola su vicio. El plano de la city puede ser su página,
su bitácora ardiente que en el callejear acezante se hace texto,
testimonio documental, apunte iletrado que el tráfago consume"
(de Loco afán).
En cada uno de sus textos, Lemebel se arriesga en el filo de la navaja
entre el exceso gratuito y la cursilería y la genuina prosa poética
y el exceso necesario. Sale indemne porque su oído literario de
primer orden y porque su barroquismo, como en otro orden de cosas el de
Perlongher, se desprenden orgánicamente del punto de vista otro,
de la sensibilidad que atestigua las realidades sobre las que no le habían
permitido opiniones o juicios. Esto es parte de lo que significa salir
del clóset, asumir la condena que las palabras encierran (maricón,
puto, pájaro, carne de sidario) e ir a su encuentro para desactivarlas,
proclamar "las verdades de un amor verdadero" y, por si hiciera
falta, probar lo fundamental: la carga exterminadora de las voces de la
homofobia es la síntesis de la metamorfosis incesante; el dogma
religioso se vuelve el prejuicio familiar y personal, el prejuicio se
convierte en plataforma de la superioridad instantánea, la jactancia
de ser más hombre (más ser humano, si queremos incluir la
homofobia de las mujeres) deviene las sentencias prácticas y verbales
que se abaten contra los que ni siquiera hablan desde el género
debido.
Antes de señalar la militancia ostensible de la literatura de
Lemebel, me detiene la reflexión de siempre: ¿se puede ser
escritor y militante? En el caso de Lemebel, la respuesta viene del hecho
prosístico: su militancia es indistinguible de la forma en que
la expresa, no sólo es "comer rabia para no matar a todo el
mundo", sino escuchar lo que él mismo va escribiendo, captar
las melodías verbales con gran cuidado y cerciorarse de la relación
profunda entre las ideas y las palabras que las describen con exactitud,
entre las ideas y la libertad del cuerpo en el acto sexual, en las fiestas
del deseo y el látex, de los baños de vapor y los registros
sensibles de la oscuridad.
En Incontables, La esquina de mi corazón, De
perlas y cicatrices y Loco afán, Pedro Lemebel expresa,
en la forma inaugural de la tendencia a la que pertenece, lo que vive,
lo que ve, lo que siente. A lo largo de la dictadura chilena, Lemebel
mantuvo la mayor coherencia: fue exactamente como era, le añadió
libertades a la comunidad con el solo recurso de ejercerlas. En su texto
clásico "Manifiesto (Hablo por mi diferencia)", de septiembre
de 1986, leído en un acto de izquierda en Santiago de Chile, Lemebel
es muy claro:
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer.
"Mi hombría es aceptarme diferente". Como por vez primera,
Lemebel abandona el clóset (ese miedo a ser descubierto por los
que de cualquier manera ya lo saben, ese continuo ajustarse a las posibilidades
de resistencia, que cambian en cada persona) en la etapa marcada por el
sida, en los años en que el VIH se revela como la gran prisión
de la conducta, el despobladero de amigos y conocidos (y de los desconocidos
que la solidaridad convierte en amigos íntimos). La paga del deseo
es muerte. Como muchos otros escritores, como Paul Monette, el Severo
Sarduy de "Pájaros en la playa", y el Reinaldo Arenas
de "Antes que anochezca", Lemebel ve en el sida la formación
de la mirada esencial de la especie condenada. Luego del sida no se vivirá
como antes, porque el Antes, normado por la indiferencia o la inconsciencia,
equivale a la pérdida de los sentidos. En su recreación
del mundo del VIH, Lemebel se adentra en las crónicas modernistas
y posmodernistas como un Julián del Casal o un Amado Nervo o un
Enrique Gómez Carrillo que un siglo después, todavía
atenido al culto de la prosodia y de la escritura cuidada y acicalada,
está dispuesto a llamar las cosas por su nombre. Y desde esa conciencia
del tema, de los condones como regalo de cumpleaños y del velorio
que hay en todo carnaval (y a la inversa), Lemebel se adentra en los delirios
del sida, la enfermedad que ha convocado el prejuicio y la madurez social
como ningún otro.
El punto de partida de Lemebel es el lenguaje autodenigratorio que le
va representando al lector un espejo de restauraciones (un marica resulta
con frecuencia un ser épico, un enfermo de sida puede ser la metáfora
hermosa de la devastación y la dignidad); Lemebel cuenta historias
funerarias. Así, en uno de sus homenajes a los derruidos por la
pandemia, "El último beso de Loba Lamar (Crespones de seda
en mi despedida... por favor)", Lemebel regala la apariencia ruinosa
y la presenta transfigurada.
"Para nosotros, las locas que compartíamos la pieza, la Loba
tenía pacto con Satanás. ¿Cómo va a durar
tanto? ¡Cómo se ve bonita a pesar que se deshoja de costras!
¿Cómo, cómo, cómo? Sin AZT, a puro pulso la
linda, a puro ánimo la cola resiste tanto. Era el sol, el buen
tiempo, el calor..."
Ir a fondo en la denigración de sí, verse en los términos
que los demás utilizan. A partir de ese desafío, que La
esquina de mi corazón inicia de modo deslumbrante, Lemebel
acomoda sus jerarquías (los ejercicios de crítica y sinceridad
a los que ajustar su visión del mundo), donde la franqueza sólo
tiene sentido si el autor no contemporiza consigo mismo, y la hipocresía
es siempre un daño moral y escritural. En la América Latina
globalizada hasta donde es posible, los marginados, aisladamente o en
conjunto, trazan otro mapa de lo real, ni opuesto ni complementario, que
surge del nuevo gran proyecto: la unidad de lo diverso.
De Augusto D'Halmar a Salvador Novo, de César Moro a Xavier Villaurrutia,
de Adolfo Caminho a Manuel Mujica Laínez, de José Lezama
Lima a Virgilio Piñera, de Gastón Baquero a Elías
Nandino, de Antón Arrufat a Luis Zapata, la literatura con temas
y subtemas homofílicos se presenta como la heteredoxia sin moralejas.
En esa movilización, con tanta frecuencia influida por el barroco,
Pedro Lemebel es una de las voces más poderosas y menos sujetas
a las disipaciones de la moda.
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Las estrategias escriturales de Pedro Lemebel |
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Raquel Olea |
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En De perlas y cicatrices, tercer libro de Pedro Lemebel, el
autor cumple el mandato que desde los escritos de conquista ordena al
género de la crónica, ser fiel a la verdad: "no debe
el cronista dejar de hacer su oficio", dice, desde esos tiempos el
cronista De Herrera para marcar su diferencia con esos otros, los serviles
y aduladores del poder. Oficio al que Lemebel ha otorgado propiedad de
tono y estilo en su forma de producir una escritura que habla la actualidad.
Circunscrita al ámbito de lo urbano en su primer libro, al de la
enfermedad en el segundo y al "cancionero" de la historia en
De perlas y cicatrices. (Cancionero era el nombre del microprograma
radial "donde este puñado de crónicas se hicieron públicas
en el goteo oral de su musicalizado relato", dice Lemebel en el prólogo).
Actualidad procesada por una escritura que en su particular textura de
trabajo en el lenguaje, articula, escenas, tráficos y aconteceres
de los 25 años últimos. De perlas y cicatrices
nombra la materia de este libro. La aparente contradicción de estas
palabras, las yuxtapone en una figura de aposición que hace que
la segunda palabra, cicatrices, caracterice, comente o explique a la primera.
Crónicas de cicatrices explicadas por perlas. Pero tanto una como
otra palabra, la perla y la cicatriz son producto de la misma operación
defensiva de un cuerpo, produciendo con ella el efecto de una marca que
quedará allí para siempre. Resultado de un daño en
el cuerpo, la perla y la cicatriz perpetúan lo imborrable. Ambas
son indicio. Signo. Santo y seña de una intervención extraña,
huella encubierta de otra historia.
Perlas y cicatrices de escritura que Pedro Lemebel organiza en ocho capítulos.
Los cuatro primeros, "sombrío fosforecer", "dulce
veleidad", "de misses top, reinas lagartijas y otras acuarelas"
y "sufro al pensar", pasan la lista a nombres y situaciones
que se cierran en el capítulo "Relicario", intermedio
visual en la lectura que reproduce imágenes perpetuadas por la
fotografía de Álvaro Hoppe, las que exhiben escenas tomadas
en las calles de Santiago. Los capítulos que re-abren la lectura
después de Relicario, "río Rebelde" , "quiltra
lunera", "relamido frenesí" y "soberbia calamidad,
verde perejil", escriben escenas urbanas, situaciones vividas por
las calles; la escritura ejerce el tráfico de los acontecimientos,
el llevar y traer de un lugar a otro, el paseo de la escritura por los
barrios, las poblaciones, las plazas de Santiago. Lemebel junta nombres,
personajes, situaciones que las estratificaciones urbanas nunca juntarían.
Las figuras de antítesis, de aposición de juego de contradicción
funcionan como operación permanente de las crónicas de Lemebel.
La forma de titularlas ejerce una política de hilado que añade
algo al nombre al repetir la misma operación de insistencia en
posponer a su título una cita musical, una frase explicativa, que
condensa alguno de los sentidos propuestos por el texto, trazando un itinerario
de lectura. La escritura se construye como ficción verosímil
sobre personajes y situaciones ya conocidas, las que seguimos viendo y
oyendo todos los días en la televisión, pero también
sobre los otros, los que dejamos de ver para siempre. La secuencia alterna
nombres perlados de los medios, la cultura y el éxito, con los
otros, los clausurados de la historia oficial, los olvidados.
« CRONICAS PROBADAS »
En sus libros anteriores, La esquina es mi corazón, Loco afán,
Lemebel recopiló -no todos- pero sí algunos textos ya publicados
en periódicos o revistas (Página abierta, Punto
final, La Nación). De perlas y cicatrices
reincide en este gesto de dar a conocer textos ya conocidos, de hacerlos
transitar de un medio a otro de la revista, del aislamiento de la página
periodística al libro para configurar un cuerpo textual por una
operación de acumulación. En esta oportunidad la totalidad
del libro está constituida por "crónicas radiales",
como se indica en portada (no en el título). La mención
del origen pone en juego el doblez de registros que organiza este libro,
oralidad y escritura como dos formas y situaciones comunicativas que operan
efectos distintos. 71 crónicas que fueron escritas para ser habladas
día a día como parte de la programación habitual
de Radio Tierra. De perlas y cicatrices constituye la lectura
de una escritura que ya fue hablada, ya oralizada en el registro de la
voz de Lemebel. Como él escribe, "el gorgoreo de la emoción,
el telón de fondo pintado por bolereados, rockeados o valseados
contagios, se dispersó en el aire radial que aspiraron los oyentes".
Entre la lectura y la escritura de estas crónicas media una audiencia.
Por lo tanto la materia de este libro ya ha sido oída, ya dicha,
ya sabida, ya está en el aire. Ya escuchadas, estas crónicas
han tenido su efecto en el registro de "el adelanto panfleteado"
de una oralidad procedente de una escritura que en su anticipo ya las
había fijado. Dispersadas en el aire, ingresadas hoy a la circulación
del mercado de los libros, prueban otro circuito con ese doble rango,
determinado por el habla y su especifica forma de transmisión por
la palabra que la forma y la deforma y por la publicación que la
sanciona en la adscripción al género de la crónica.
(A)probadas y sancionadas por una audiencia fiel, De perlas y cicatrices
ingresa al circuito comercial de los libros con el recorrido de una palabra
que (re)prueba la construcción de su público lector según
las leyes de mercado.
« LA NOVELA DE CHILE »
El cronista inicia el texto con un epígrafe que modela la escritura
en la enunciación de su ley: "golpe con golpe yo pago, beso
con beso devuelvo, esa es la ley del amor que yo aprendí, que yo
aprendí" (canta Lucho Barrios), ley que no se atiene a normativas
e institucionalidades literarias sino que enuncia una política
escritural del sentimiento. En su propia ley, la escritura de Lemebel
empieza por cualquier parte, por el entremedio, "todo ocurre en el
entremedio" dice Deleuze, poniendo en escena variados recursos para
iniciar cada nuevo texto en estado de incerteza. A veces una pregunta
indirecta abre la escritura a un relato impreciso, "Y por qué
otra cosa sino por ventear la lengua en el cotorreo del domingo",
se inicia la crónica "Un domingo de feria libre"; en
otras, la pregunta se vuelve sospecha, como en "El test antidoping",
donde dice "Será que para el Estado los ciudadanos siempre
seremos cabros chicos", o en otros momentos la pregunta ironiza la
reflexión que da inicio al relato, "quizás porque la
realeza nunca anidó en estos peladeros"; señalando
estrategias de escritura que van sopesando un texto que se vuelve sobre
su propia palabra como test, ensayo que prueba lo que escribe para sancionarlo
según su subjetividad de cronista. Lemebel trabaja insistentemente
la operación de repetir el gesto que pone en acto una memoria que
no es ni pura nostalgia, ni regocijo en el recuerdo, sino producción
que revisa, pasa revista, cobra cuentas a espacios culturales, personajes
y situaciones públicas que han encubierto su deuda pendiente con
la historia, desde los tiempos de la dictadura militar. Implacable en
su política del sentimiento, Lemebel los exhibe todos, uno sobre
otro, rabia sobre tristeza, sobre impotencia, sobre reclamo, sobre humillación,
construyendo su política del texto en el re-sentimiento de una
escritura que cobra la cuenta por el lado de los perdedores. Resentimiento
en Lemebel como política textual que transmuta en goce de la escritura
el sentimiento de impotencia que le producen las inferiorizaciones a que
le somete una sociedad que ubica lo gay, lo pobre, en el lugar de una
minoría sin lugar en la distribución de bienes, en el festín
de los consensos que denuncia. Escritura (re)sentida, en su producción
de significaciones sociales, (re)cargada en su retórica engolosinada
de adjetivaciones, sinonimias y usos desplazados de las sintácticas
convencionales. Traficando información soterrada, enterrada en
el callejeo de los saberes intrigantes, -copucheos, pelambres, corre ve
y diles- intransitables en los circuitos oficiales, Lemebel hurga, desoculta
e ingresa sin maquillaje en "esa faz agredida de una página
de la novela de Chile", como escribe en "Los cinco minutos te
hacen florecer Carmen Gloria Quintana" o "una página
quemada en la feria del libro". La escritura de Lemebel escarba su
materia donde la perla y la cicatriz operan como huella que el tiempo
ha recubierto. Desde su específico lugar Lemebel se autoriza a
hablar esa otra parte de la historia. De perlas y cicatrices
cuentea y saca cuentas con el presente, ficcionalizado en un lenguaje
que construye su estrategia política en la insistencia, la reiteración,
la multiplicidad, que concita en la escritura otros dobleces de género,
femenino, sentimental, policial, juvenil, histórico, popular; géneros
con los que el boom de la "Nueva narrativa" no ha podido contar
la historia, tampoco escribir la "novela de Chile". El género
de la crónica nos muestra en las estrategias escriturales de Lemebel
que una y otra, novela e historia se hacen (a) pedazos. En la ficción
de su lenguaje Lemebel trama una y otra en hechos y relatos desperdigados.
La lectura que construye se levanta contra las retóricas oficiales
que han intentado hacerlo sólo "de perlas".
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Lemebel o el poder cognitivo de la metáfora |
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Yanko González |
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Los caprichos de Lemebel han hecho posible que hoy me guarde como poeta
y salga del armario como antropólogo. Por lo mismo, sé que
Pedro, esta vez, espera más que un par de gárgaras lingüísticas,
sino, la suspensión -que no supresión- de alguna duda sobre
su propio ejercicio escritural. El año 1997 escribí lo que
hasta ese momento era uno de los pocos trabajos en las lateras revistas
"científicas" universitarias sobre la obra de Lemebel.
El artículo, titulado "Loco Afán: una bella etnografía
sobre el dolor marica", tenía la particularidad juguetona
de imitar la escritura de Pedro, acercándose lo más posible
a lo que me parecía un grueso aporte estético inscrito al
interior de la crónica en Chile: la construcción de un nuevo
alfabeto a partir de la adjetivación enrarecida, el hipérbaton,
cientos de neologismos "emic" y una lucha frontal en contra
de la economía del lenguaje. Aunque esta paráfrasis estética
(o mimesis crítica) para hablar sobre el texto resultó una
golosina para la criticona revisteril de la academia apoltronada -en esa
onda iba el papers- la promesa del título se cumplió
apenas.
Qué había de etnografía en la obra de Lemebel, particularmente
en sus crónicas. O lo que es lo mismo, ¿cuánto de
observación participante con pretensiones cognitivas había
en sus escritos y qué espesor tenían sus aportes sobre la
descripción de exóticas (sub)culturas subalternas para el
consumo metropolitano? Pues bien, en esta página que me queda,
y pasados casi 8 años y 3 minutos, quiero cumplir algo de la promesa
de ese título a partir de Adiós Mariquita Linda.
La anécdota se la apropió Renato Rosaldo, pero en verdad,
ese día, el turno diurno de mesero en un bareto primermundista,
lo hacía yo. Lévi-Strauss ya cansino, acompañado
por un ajado premio Nobel de física, entraron a echarse un agua
entre una conferencia y otra. Me apuré a atenderlos cuando escucho
al Nobel ningunear a Claudio: - ¿qué han descubierto los
antropólogos? El autor de "lo crudo y lo cosido" -y del
mejor epigrama de un antropólogo: "odio los viajes y los exploradores"-
ganaba tiempo, mientras miraba con cara de asco la mugre de sus uñas.
- Tú sabes -le dijo el físico- las propiedades o las leyes
sobre otras culturas. ¿Te refieres a algo como E=mc2? Le dijo el
estructuralista. Sí, le ametralleó el otro. -Bueno, no hemos
descubierto leyes, pero existe algo que sabemos con seguridad: reconocemos
una buena descripción cuando la vemos.
Este aserto, revela precisamente uno de los entuertos que ha enfrentado
la antropología en estos últimos años. Primero qué
distingue y valida esa descripción -lo que en nuestro gremio llamamos
representación- como científica, válida, y para qué
será usada. Segundo, ¿qué autoridad y autoría
se atribuye el "nosotros" para describir al otro: ¿quién
es el nativo? El entuerto es de larga data y ha sido resuelto a contrapelo
y con heridos graves: finalmente la descripción etnográfica
es un género literario y, lo que es peor para nuestro gremio, es
un género contrahecho, ladronzuelo o mendicante de otros, especialmente
-a mi entender-, de la crónica y, en América Latina, del
muy castizo y basureado "costumbrismo". La antropología
chilena ha chillado mucho con el temita, pero ha sido incapaz, más
allá de contadas excepciones, de levantar aunque sea un conjunto
referencial de textos clasicones escritos o visuales, sobre "sus
otros", también clásicos -indígenas y rurales-
que puedan tener la eficacia comunicativa y cognitiva de "El zorro
de arriba y el zorro de abajo" de José María Arguedas.
Entrampados en el discurso regulador remoto -típicamente la narración
compungida en tercera persona- con unas ínfulas cientificistas
que te cagas, no han hecho más que ahuyentar de sus lecturas al
personal que, con esfuerzo, fotocopia sus "cositas".
(Des)enredado el problema, comprenderán mi temprano interés
antropológico por la obra cronística de Lemebel. No es necesario
tener un postdoctorado para entender que las más potentes descripciones
e interpretaciones sobre las distintas alteridades que se han articulado
en nuestro país provienen de géneros anteriores al etnográfico,
de voyeurs autodidactas con plumas sin el corsé cientificista.
Las ciencias sociales típicamente llama a estas fuentes "secundarias
o terciarias", es decir, que sólo son capaces de testimoniar
como los rescoldos del asado, lo que se ha construido -en palabras de
Pedro, que ahora invento en su boca- con el "látigo acerado
del método y su científico predecir". Por tanto, pasan
a ser un decorado de los hallazgos principales. Si se filtraran por esas
latas al menos dos párrafos de algún "costumbrista
menor", vislumbraríamos de inmediato las fricciones y topologías
culturales que estaban en juego, por ejemplo, a fines del siglo XIX entre
el mundo rural y el urbano, narrados por Pedro Ruiz Aldea en 1862 en "los
provincianos".
Pero acortemos el embrollo y digámoslo de una vez. Hay algo en
la obra y la escritura de Pedro que constituye una anomalía, ya
en la tradición literaria costumbrista del siglo XIX, ya en la
cronística del siglo XX, ya en la escueta etnografía escrita
en Chile: su condición de actor social gay, urbano-popular e ilustrado
y -por si no fuera poco- "nativo" a la vez que voyeur.
Todo ello convierte sus escritos en documentos excepcionales, no sólo
como "fuentes" [datos secundarios], sino también, como
trabajos analíticos de primer orden. Adiós Mariquita
linda, con más soltura del yo y experimentalidad, sigue constituida
por esa argamasa del mirón nativo que nos ventila mundos próximos
con la dosis de extrañamiento necesaria para convertirlo en una
sólida estética de la descripción… y de la
interpretación.
A estas alturas sabemos de la ficción mediadora del método
para objetivar la observación como verdadera, recayendo en la retórica
y la persuasión argumental y estilística la función
de construir ya no verdad, sino verosimilitud. Y Pedro, cumple de sobras
con esta premisa: el poder cognitivo de la metáfora. En "el
abismo iletrado de unos sonidos", por ejemplo, logra con eficacia
situar la agonística entre oralidad y escritura. Diferencias, que
como siempre, occidente y las clases dominantes transformaron en desigualdades.
Al recorrer los pliegues del choque cultural entre conquistadores y originarios
o entre elites ilustradas y bajo pueblo, ciertamente la oralidad aparece
como una resistencia cultural que niega a domesticarse. Occidente, a través
de su historiografía que ve el documento como "monumento"
-base única "de lo que realmente ocurrió"- ha
combatido la plasticidad de la oralidad, no sólo porque entraña
el peligro de la subjetividad perpetua, lo evanescente e inestable, sino
porque es incapaz de soportar verdad científica y mantiene una
peligrosa alianza con la memoria, ese Pepe Grillo de la historia, respondón
y subversivo, que democratiza el control y la fijación del recuerdo.
¿Se puede decir de otra manera? Sí, como Lemebel: "nuestro
logo egocéntrico que cree almacenar su memoria en bibliotecas mudas,
donde lo único que resuena es la palabra silencio". He ahí
una metáfora trabajando.
Quizás, la particularidad etnográfica de Lemebel en este
libro, es su desplazamiento hacia la síntesis: la descripción
de la mano con un plan hermenéutico trazado. Varios corpus están
teñido de este sincretismo, no sólo en "El alfabeto
iletrado…", sino también y maravillosamente en "La
momia del cerro El Plomo". Esta pieza constituye, sin duda, un ejercicio
metodológico para la arqueología, a cuya meta -"sacarle
el habla" a las cosas pasadas- mis colegas llegan con la misma dosis
de imaginación, pero con sopor y escasa eficacia comunicativa.
Si el autor no hubiera puesto a pie de página que era una interpretación
libre de los hechos -sino, una especulación esclava de los mismos-
y le hubiese agregado un turro de referencias bibliográficas a
modo de joyas pedantes- el texto es un papers de divulgación
científica mortal. He ahí el poder cognitivo de la metáfora
(y bien lo sabe otro Pedro, el Mege, y sus lujos hermenéuticos
sobre la textilería mapuche).
He majadereado poco, para llegar al harto y detenerme -en razón
al tiempo- sólo en algunos corpus que en sus frecuencias, ayudan
a resolver el pretencioso título de mi reseña crítica
de 1997. Las tres crónicas que componen "pájaros que
besan" (sumaría a ella "ojeras de trasnochado mirar")
más allá de la calentura sexuada y sensualizada del negocio
horizontal (Ok: vertical, oblicuo, etc.), se constituyen como una observación
espesa sobre un sujeto joven plural, invisibilizado por la verborrea indagatoria
de lo social, que ha construido un estereotipo de lo juvenil metropolitano
y criminal ("joven-problema") articulado en torno a su revés:
el joven reality-emprendedor, winner y del partido de
los optimistas. La textualidad de Lemebel revela los dispositivos diferenciales
en los que se asienta la condición juvenil en territorios y trayectorias
biográficas diversas. Un inédito rapero de Llanquihue cesante
-Wilson-; un joven rural vendedor de maní -José-; un chico
obrero de la "contru"; otro militante y una horda de prostitutos
púberes, complejizan la caricatura manoseada de las encuestas.
Estos retazos de biografías juveniles en el Chile de hoy, resultan
democratizadoras por la operatoria: el autor no viaja de la estructura
social a los sujetos para explicarlos, sino, parte de la carne y sangre
para otear espacios microscópicos de su vida cotidiana trenzados
en el azar por la afectividad. A su vez, pone en circulación a
actores omitidos desvelando una legitimidad identitaria equiparable a
la de género, la étnica, o la de clase -la generacional-,
lo que incide en la deconstrucción de los estereotipos.
La resolución etnográfica es desigual, pero tiene en "Eres
mío, niña" una metáfora desenfadada para comprender
algunas claves de las prácticas simbólicas hip-hoperas:
no penetrando la tribu, sino dejándose penetrar, literalmente,
por su informante y sus semas, quien le traduce los sticks grabados
en el muro o le activa la genealogía rapera del jeans a medio culo
o la zapatilla carcelaria sin cordones: "esos trailer de zapatillas
que los chicos adoran como novias, sus queridas zapatillas que las cuidan
como otro par de pies suplentes y son para ellos el andamio callejero
que los transporta…". Y al ritmo de un scratch oral,
termina co-produciendo una fresca rola sentimental, que el autor transcribe.
Similar potencia cognitiva revela "Ojeras de trasnochado mirar"
que compone en solo tres páginas casi una antropología diacrónica
del comercio sexual adolescente Santiaguino, a partir de los ejes de clase,
género y nación. Leer las transformaciones del intercambio
pagado de fluidos y toques en estos espacios geoculturales, bajo la retina-memoria
de Lemebel, resulta del todo beneficioso para amoblar la cabeza del lego:
"los chicos de la plaza la saben todas, las conocen todas, las vivieron
todas, subiendo y bajando de departamentos, donde el dejarse penetrar
vale una chaqueta de mezclilla Levis. Total, ya pasó la época
en que el activo montador, valía oro, cobraba en oro, se hacía
pagar muy bien sus atributos erectos. Ahora, el cambalache neoliberal
de los cuerpos prostitutos, relativizó el valor del falo diamante,
por la plusvalía del orto masculino".
En medio de la obra aparece el riesgo: una serie de piezas gráficas
que, bajo el título de "bésame otra vez forastero"
encuentran su lugar como la contracara de la descripción anárquica,
sembrando el ojo carboncillo u obturado -cual naturalista- en el paisaje
humano viajado por dentro. Sin embargo, antes, una suerte de pequeña
nouvelle -"Chalaco amor"-, aparentemente más
cerca del yo que de los otros -y de los objetivos cognitivos del patiperreo
etnográfico-, deja entrever un replanteo crítico del catequismo
patrio a partir de coitos interrumpidos. El arranque de este texto es
una intelección que augura un fiero proyecto escritural: la búsqueda
de "identidades extranjeras" -"metecas"- cribadas
y sufridas por el imaginario etnocéntrico del prejuicio y la arbitrariedad
del "lugar" como dador de legitimidad xenófoba. Por cierto,
otros textos circulan en la obra -cuestión, a parte son las tres
noches (quiltra, payasa y coyote), que como dice mi hermano Arestizabal,
son una "delicadeza de langosta"-, aunque sus pretensiones cognitivas
son más débiles. En esta dirección, si bien el conjunto
de Adiós Mariquita Linda, re-modula su afán etnográfico
-clave, desde mi punto de vista en la obra de Pedro-, con un repertorio
heterodoxo de "representaciones" a modo de salpicón de
ojeadas, lo hace con la reflexividad interpretativa propia del que necesita
saturarse de estudiar y representar al otro cultural, hasta llegar oír
esa voz "a la que suele dársele el nombre de silencio".
Situado en la historicidad, a Pedro se deberá recurrir como fuente
primaria, cuya particularidad es la increíble capacidad de observación
participante y cuyo mérito mayor -tan codiciado por la ciudad letrada-
es el de decir por medio del decirse.
Leído en la presentación de Adiós Mariquita
Linda, Universidad ARCIS, 14 de septiembre de 2005
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Otras opiniones |
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Según la escritora chilena Soledad Bianchi, "Pedro Lemebel
es un descubridor, posa su mirada en una realidad poco elaborada por las
plumas de Chile -la identidad homosexual, la alternativa travestí,
y sus complejidades-. Escribe para dar a conocer, sin remilgos ni temores;
inventa, fantasea, exagera: entonces, la crónica se aproxima y
se funde con la ficción, y se vuelve noticia, recado, chisme, de
un antiguo "nuevo mundo": "nuevo" porque se simula
desconocerlo, "nuevo" porque se silencia. Cada escrito de Loco
afán es fragmento y unidad porque elabora un universo propio
planteado desde la diferencia... Lemebel rehúye la solemnidad cuando
combina y juega con la sátira, el sarcasmo, la ironía, el
humor, y con pasión se niega al espectáculo, a la compasión
y al aprovechamiento". Otro compatriota, Roberto Bolaño, afirma:
"Nadie le saca más emociones a su español que Lemebel.
Lemebel no necesita escribir poesía para ser el mejor poeta de
mi generación. Nadie llega más hondo que Lemebel. Y encima,
por si fuera poco, Lemebel es valiente, es decir sabe abrir los ojos en
la oscuridad, en esos territorios en los que nadie se atreve a entrar
¿Que cómo supe todo eso? Fácil. Leyendo sus libros."
Pedro Lemebel, "escritor cuchillo", que en Loco afán
"enfoca el más encarnecido segmento homosexual: los travestis,
los afeminados evidentes" (Martín Ruiz), que "ha hecho
de su voz ventrílocua el habla del ciudadano marginado, y para
muchos es el escritor actual más importante de Chile" (Carolina
Ferreira) y que se autodefine como "maricón y pobre, mis dos
títulos nobiliarios", además de "indio y malvendido",
fue la inesperada estrella de la Feria de Guadalajara de México
el año pasado: "El escritor más ovacionado" (José
Miguel Izquierdo, El Mercurio); "Sin duda la estrella de
la Feria, un autor inimitable, lleno de fuerza, sensibilidad e inteligencia"
(René Naranjo, Las últimas Noticias).
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Nota de contraportada a Loco afán.
Crónicas de sidario |
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Pedro Lemebel es una leyenda viviente. Y también una de las
"rarezas" mayores -porque su obra es relativamente poco conocida
aún y porque su "rareza", en tanto escritura, es excelente,
sustancial- de la literatura latinoamericana de estos tiempos. La imagen
que fue llegando (al principio en cuentagotas, últimamente cada
vez más fluida) de este escritor y artista visual chileno es la
de un creador excéntrico. Un agitador furioso. Un rebelde lírico,
travesti y militante que enfrentó la dictadura pinochetista a fuerza
de ejercer su diferencia (política y sexual, ética y estética)
y aún hoy arremete con sus libros contra las ideas conservadoras
y todavía hegemónicas sobre lo normal, lo deseable, lo visible,
lo que quisiéramos creer -y revelar- de nosotros mismos.
Todo eso es cierto, pero hay más. Al menos desde mediados de los
años 80, cuando dejó de dar clases de arte en un secundario
estatal y creó junto a Francisco Casas el colectivo de arte las
Yeguas del Apocalipsis, y más tarde se dedicó de lleno a
la escritura, Lemebel ocupa un lugar único, a la vez marginal y
céntrico en su país. Y desde allí irradia su furor
crítico, su escritura torrencial, más allá de las
fronteras. Así lo demuestra, por caso, el hecho de que la influyente
ensayista Jean Franco lo incluyera ya en 1994, junto a Carlos Monsiváis
y Edgardo Rodríguez Juliá, entre los más destacados
cronistas-testigos de la región.
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Flavia Costa, "La rabia es la tinta
de mi escritura" |
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Las crónicas de Pedro Lemebel instauran un nuevo canon
de lectura. Los signos ya no pueden ser leídos desde la sanción
o de la norma. Lemebel interviene con la imagen grotesca, con la risa sin
fin, la ridiculización y el manoseo de los fetiches. La abyección
se instala y con ello vacila todo el campo de significaciones emanado desde
los famosos patterns impuestos por nuestro espectáculo massmediático.
Loco afán, La esquina es mi corazón y el
recientemente aparecido De perlas y cicatrices han sido subtitulados
"cronicas". Textos que se ubican dentro de la intencionalidad
manifiesta de redimensionar el tiempo desde la perspectiva de un narrador
en primera persona que intenta recrear la escena de lo real-original-verdadero.
La crónica resulta de tal modo una escritura en la cual ocupan un
sitio privilegiado tanto la memoria como la verdad. Pero Lemebel pareciera
repulsar de la grandilocuencia de la memoria y la verdad, para convertirlas
en recuerdos particulares y en verdades oblicuas, haciendo emerger con ello
lo infinito de lo intrahistórico. |
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Patricia Espinoza, "Un mapa de
la denuncia" |
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